Cuando a finales del año 2019 algunos medios comenzaron a hablar de una extraña enfermedad vírica que empezaba a extenderse por China, el resto del mundo, como suele ser habitual, apenas prestó atención. Que los asiáticos se las arreglaran como pudieran, pensaríamos. Aquello, sin embargo, dio pie a uno de los sucesos más importantes de la historia reciente de la Humanidad, una pandemia a nivel global que ha mantenido y sigue manteniendo aun hoy en día en jaque a todo el planeta. El llamado Coronavirus acabó expandiéndose por todo el mundo, matando a millones de personas y cebándose con cientos de millones de enfermos, llegando a colapsar los sistemas sanitarios de medio mundo. Aun hoy, y con las vacunas ya a pleno rendimiento, la situación sigue siendo catastrófica en muchos países, y las restricciones de movilidad, uso de mascarillas y distancia de seguridad se mantienen en casi todo el planeta.
El coronavirus provocó un parón casi absoluto en la actividad comercial a mediados de 2020, con la mayoría de países decretando un Estado de Alarma que obligaba a sus ciudadanos a quedarse en casa a no ser que fueran a trabajar o a comprar víveres esenciales. Esta situación se mantuvo en algunos casos durante varios meses, y se volvió a repetir, de forma menos extendida, a finales de 2020 y a principios de 2021, para atajar los repuntes en contagios en zonas concretas. Era la única manera real y fehaciente de frenar al virus, al menos hasta la llegada de las vacunas, que lograron desarrollarse en un tiempo record, eso sí, no exentas de polémica. Las vacunas para el coronavirus se llevan suministrando desde finales de 2020 y han resultado ser una eficiente forma de mitigar los efectos de propagación, infección y peligro del virus Covid, como se demuestra en los datos de bajada de fallecimientos en estos meses. Sin embargo, no todo el mundo está tan a favor de estas vacunas, por considerarlas peligrosas.
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